martes, 18 de junio de 2013

Entre las grietas (V)

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V

                Cada vez era peor. Más y más noches despertándose inquieto, sueños en los que le perseguía una presencia indefinida, caras que veía en la calle con mayor frecuencia y que sabía que le seguían y vigilaban. Eran esos rostros, por otra parte normales, los que parecían darle la razón al pensar que algo siniestro le quería para sí. No sabía qué era, o quién, pero cada vez estaba más seguro de ello. No se atrevía a confesar a su mujer la causa de sus terrores nocturnos, así que cuando se desvelaba y ella se daba cuenta aducía como causa el estrés, las dificultades laborales de la temporada y otros motivos mundanos.

                Al fin y al cabo, ¿qué iba a decirle? ¿Qué algún tipo de presencia infernal le controlaba? ¿Qué algo de fuera de este mundo pretendía hacerse con él para algún propósito desconocido? Era absurdo, ni él mismo se daba crédito a veces, pero con el tiempo esa hipótesis iba cobrando fuerza en su cerebro y cada vez le era más difícil descartarla. Así que se decidió a tomar cartas en el asunto y tomó lo que le pareció la única opción sensata.

                Se fue a visitar a un especialista.

                La consulta del doctor N. P. T. Laryan estaba en el distrito más moderno de la ciudad. En una torre de acero y cristal, desde sus amplios ventanales podía divisarse toda la ciudad, incluso el tráfico cincuenta pisos más abajo parecía estar casi en otro planeta, ser un problema de una escala mucho más pequeña. El despacho estaba decorado con gusto, desde luego. La decoración se basaba en motivos egipcios y había cuadros exponiendo pergaminos con jeroglíficos y pinturas de faraones. Una cuidada imitación del busto de Nefertiti presidía la estantería que se hallaba tras la mesa del doctor, un estiloso armazón en acero negro y vidrio, sólido y elegante, donde reposaba un ordenador personal, varias resmas de papel y una hermosa pluma con un búho, también al estilo de las tierras del Nilo. Unas cómodas sillas giratorias descansaban sobre la moqueta.
                Pedro descansaba sobre un diván que se encontraba junto a las ventanas que ocupaban toda la pared, separado del abismo por una gruesa capa de cristal. Respiraba tranquilo, arrullado por la suave voz del colegiado.

                -¿Y hace cuánto que estos sueños le acosan, señor Mejías?

                -Harán ya cuatro meses, doctor.

                -¿Y dice usted que no tiene ningún tipo de estrés laboral?

                -No más de lo normal, doctor. Alguna situación difícil tengo a diario, pero nada que no pueda resolverse con tesón y trabajo- suspiró Pedro -. Nada digno de mención, la verdad.

                El doctor Laryan se acarició la perilla, pensativo. Escribió en su libreta mientras ajustaba sus gafas de montura metálica redonda, y se pasó la mano por el pelo, que ya empezaba a clarear, antes de hablar con ese acento suyo tan inidentificable.

                -Debo decirle que se equivoca usted, señor Mejías. Sufre usted mucho más estrés del que cree. Aunque sea en cantidades pequeñas al final pasa factura. Se acumula día a día, y si no hacemos nada por liberarlo podemos acabar con reacciones paranoicas, como la suya, aunque casos de pánico, ansiedad, baja autoestima y depresión también son muy comunes.

                -Vaya… ¿Qué puedo hacer, doctor?

                El doctor Laryan agarró su bloc de recetas con un grácil ademán y garabateó algo con suma velocidad.

                -Para empezar, tómese una de estas al día. Son unas pastillas fuertes, pero aliviarán sus síntomas.

                -Si usted lo dice, doctor…

                -Y después, en cuanto tenga la oportunidad tómese unas vacaciones. Vaya a algún país tropical, haga un crucero por el Nilo con su mujer, visite los Alpes… es importante que sea un cambio de escenario y que usted se relaje.

                -Gracias, doctor.

                -No hay de qué. Relájese, señor Mejías. Su corazón y su cordura se lo agradecerán.

                Pedro salió de la consulta, y mientras el ascensor le llevaba a la calle su sensación de alivio iba en aumento.

Continuará... AQUÍ

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