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VII
Recuerdo
la última vez que vi a Pedro. Fue en un bar del barrio, poco antes de que
desapareciera sin dejar rastro junto con el menor de sus hijos. Estaba
aterrorizado. Decía que no sabía cuánto tiempo iba a poder seguir manteniendo
la cordura después de ver por lo que estaba pasando. Todo esto me contó, y que
sabía que los sueños irían a peor. Pero eso no era lo que más le asustaba. Lo
que más le hacía estremecer era que sentía que parte de él estaba dispuesta a
cumplir cuanto Cornelius, al que había llegado a ver como un padre, por absurdo
que pareciese, le había pedido. Y sí, fue entonces cuando desapareció una
mañana con su hijo pequeño, y nadie ha sido capaz de volver a encontrar a
ninguno de los dos. Su mujer no ha vuelto a saber de él, se dejó el móvil en
casa, dejó el coche en el garaje y había vaciado la cuenta corriente.
Lo
habría dejado pasar como un suceso más pero algo me dijo que aquí había algo
raro. Un presentimiento, una sensación ominosa en la boca del estómago. El caso
es que decidí investigar un poco a Pedro Mejías, su pasado, e intentar cotejar
todas las pistas que me había dado.
Hablando
con su madre, me confesó que Pedro era adoptado. Lo habían encontrado cerca de
un puente cuando apenas contaba con unos días sin ningún tipo de nota, junto al
cadáver degollado de una joven sin identificar, como luego pude saber gracias a
los archivos del orfanato. Archivos que por suerte se trasladaron a otro lugar,
pues el orfanato de San Atanasio ardió al poco de la marcha de Pedro de aquella
institución. Sobre el padre y la madre biológicos de Pedro no había nada más
que saber, era una vía muerta.
Las
investigaciones sobre Cthulhu me llevaron a meterme en temas esotéricos,
básicamente cultos del fin del mundo y otras ideas blasfemas. Logré localizar
un libro en la tienda de un librero judío de Toledo, una copia facsímil de un
tomo mucho más antiguo sobre brujería y males mayores, el Necronomicón. Basura
sobre brujería y temibles seres anteriores al hombre que volverían a ser los
señores de la tierra. Preferí no prestarle más atención, aunque me llevé la
copia del libro.
Al
cabo más o menos tres meses de su desaparición, investigando fútilmente sobre
la llave, el señor Cornelius Schwartz (que resultó también conducir a cuatro o
cinco callejones sin salida, llenos de malentendidos) y sobre el resto de lo
que me contó, algo apareció en la prensa que me hizo estremecer. Era una
noticia pequeña que no me hubiera llamado la atención si no hubiese sido por su
fotografía. Un coleccionista de Clermont-Ferranz, en Francia, había sufrido un
robo en el que, pese a haber piezas mucho más valiosas en su colección y mucho
más portátiles, los ladrones sólo se llevaron un artículo, cuyo dibujo sostenía
en la fotografía. Se trataba de una piedra negra, puntiaguda como un cuchillo
de sílex pero más refinada, cubierta de arabescos dorados que producían una
ominosa sensación de maldad y peligro. La coincidencia con la llave que me
había descrito Pedro era como mínimo curiosa.
Nada
más pude averiguar y seguía sin novedad, hasta hará unas horas. El tremendo
terremoto submarino que ha sacudido el mundo hoy mismo me ha sobresaltado
sobremanera. Los aviones no consiguen entrar en la zona, pero los satélites
parecen haber encontrado que una masa de tierra se ha alzado en el Pacífico
sur. Se espera que varios tsunamis golpeen las costas pacíficas de Sudamérica,
la Antártida, Australia, África y Asia, y que varias islas de Oceanía sean
borradas del mapa en las próximas horas. Gracias a los satélites, sin embargo,
han llegado noticias peores. Se ha filtrado una foto y, efectivamente, es una
ciudad lo que ha vuelto a la superficie. Sus edificios son extraños y el ojo no
parece capaz de identificar con claridad algunos de sus ángulos, ni si las
esquinas van hacia dentro o hacia fuera.
Pero
para mí hay algo peor. Un detalle casi insignificante. En medio de la ciudad,
que debe ser mayor de lo que podamos imaginar como ciudad, tal vez del tamaño
de un país pequeño, hay un punto blanco que rompe con el negro, el verde oscuro
y el marrón predominantes. Alguien logró hacer zoom, aunque a esa distancia, y
con la resolución de la foto filtrada, no se pueden ver muchos detalles. El
punto parece ser un barco, y dos figuras se encuentran en cubierta, una de pie
y la otra tumbada sobre lo que parece un charco de sangre… y diría que el que
está yaciendo es un niño.
Que
Dios se apiade de nosotros, si es que existe.
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